En septiembre de 2002 tocó viaje a Tunez. Para Alfonso y para mi era la segunda vez, pero Félix se estrenó. Dividimos el viaje en dos fases: la primera, el típico circuito agotador en autobús y la segunda de relax en un hotel con spa lleno de rusos que se abalanzaban como fieras hambrientas sobre las bandejas del buffet. Y en las piscinas rodeados de las mayores gorduras del mundo, nos hacían sentir livianos como gaviotas.